Amelia Tiganus es una superviviente. Sobrevivió a la prostitución y al rechazo de la sociedad cómplice. Ahora no se esconde y reclama justicia
La voz de Amelia Tiganus (Rumanía, 1984) llega cálida y cariñosa, tanto, que a los pocos minutos de descolgar el teléfono una tiene la tentación de darle la vuelta a la entrevista y empezar a confesarle los problemas que le rondan la cabeza y el alma. Amelia debe ser buena amiga. Tiene que serlo. Cómo explicar si no todo lo que hace por tantas personas poniendo cara y voz a un tipo de violencia que sigue en los márgenes de la sociedad: la prostitución y la trata de mujeres.
Amelia sabe de lo que habla. Con 13 años sufrió una violación múltiple que marcaría para siempre su vida. «Me convirtieron en puta sin importarles si yo quería ser médica o profesora». Antes de alcanzar la mayoría de edad estaba viajando desde Rumanía en un autobús que la llevaría a un destino incierto. La habían vendido a un proxeneta español por 300 euros y durante cinco años fue esclavizada en más cuarenta burdeles.
Cuarenta «campos de concentración» en donde entendió que «acostarse con quince hombres en una noche no es un trabajo». Pero Amelia no está hundida, tampoco parece deprimida. Se ha convertido en una voz indispensable contra el proxenetismo y, como activista y coordinadora de formación online de feminicidio.net, trabaja para la visibilización de todos los asesinatos de mujeres a manos de hombres en España y en Latinoamérica. También los de las prostitutas. Bienvenidas a esta revuelta. La revuelta de las putas.
Con 17 años te marchaste de tu país para ejercer la prostitución en España pensando que te daría fortuna y la llave de la libertad en poco tiempo. ¿No tuviste el apoyo de nadie que evitase esa tragedia?
Realmente el círculo de amistades desapareció en el momento que se me puso la etiqueta de puta, y eso pasó con 13 años. Me quedé en una situación de absoluta vulnerabilidad en la cual el entorno no supo reaccionar. Digamos que sí recibí algún mensaje de que eso estaba mal, pero no tenía otra salida. Con que te digan que está mal no vale, si no te dan otras opciones.
Te vendieron por 300 euros a un proxeneta y, sin embargo, tardaste años en darte cuenta de que habías sido víctima de trata.
Sí. Primero porque no sabía qué era la trata, y segundo porque me habían hecho pensar, habían creado esa realidad, en la que estaba convencida de que yo decidía. Con el tiempo, al poder analizarlo con muchas más herramientas es cuando yo desarrollo el concepto de la fabricación de la puta. Nos movemos en un entorno muy hostil y violento en el cual nos venden la prostitución como una salvación y una decisión propia. Asumir la identidad de puta como algo con lo que has nacido y para lo que has nacido es un instrumento de supervivencia.
¿Qué opinas del concepto del consentimiento tan usado estas semanas por el juicio de la violación en San Fermín?
El entorno y la sociedad creen que si tú das tu consentimiento es algo que tú quieres, sin tener en cuenta que el consentimiento queda invalidado siempre y cuando se da en una situación de vulnerabilidad. El concepto de consentimiento es algo muy tramposo. Hay que analizarlo desde un marco patriarcal, que es el mundo en que vivimos.
Hablas de muchos tipos de violencia dentro de la prostitución: la sexual, la física, la psicológica… pero hay una que me interesa especialmente, la violencia institucional. Dices que el Estado español es un estado proxeneta. Explícamelo.
El estado proxeneta es el que, primero, se lucra con la explotación sexual de las mujeres que mayoritariamente somos mujeres migradas de países empobrecidos por este primer mundo, y, segundo, es un estado que pretende alcanzar la igualdad real maquillando los datos (de la violencia) al obviar a las mujeres de otros países más pobres . En vez de crear oportunidades y velar por los derechos humanos de todos los sujetos, creen que las mujeres somos utilizables y reutilizables las veces que podamos producir algo, se nos ve como riqueza. En este momento ni siquiera hay una ley integral contra la trata en el estado español y se están llevando a cabo debates absurdos de si la prostitución es trabajo o no lo es. Necesitamos una ley para reparar y defender a las víctimas, y después incidir en la demanda.
¿Qué sientes cuando escuchas a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, hablar de poner «puticlubs con habitaciones cojonudas»?
En este caso escucho la voz del discurso proxeneta.
¿Conociste a políticos puteros?
Sí. Son puteros y son proxenetas.
¿Y a policías o guardias civiles?
Sí, sí. Están todos metidos. Jueces, fiscales, policías, periodistas. Ahí es donde todos los hombres son hermanos y disfrutan de su masculinidad. En los prostíbulos es donde pueden sentirse hombres de verdad.
Tú haces una clasificación muy interesante de los clientes: los violadores, los maltratadores y, los peores, los puteros majos, los que no te dejan desconectar mentalmente.
Sí, ellos exigen a través de ese acto tu afectividad y el estar presente en cuerpo y alma. Es lo que más me costaba a mí. Es el tipo de putero halagado por la sociedad y parece ser que es único del que hablan ciertos sectores que están a favor de la prostitución y los pintan como hombres normales. Ese es el problema: que son hombres normales que entienden que las mujeres tenemos que estar para ellos.
¿Qué le dirías a esos hombres que están preparando la despedida de soltero de su amigo y que están pensando en irse de putas el fin de semana?
Posiblemente lo que les podría decir ni se molestarían en escucharme porque han sido socializados de una forma que entienden que las mujeres somos objetos de diversión. Lo que tenemos que hacer es señalarlos y ponerlos en el foco del análisis porque tenemos que entender que lo que les excita a esos hombres nos afecta a todas. Estamos muy horrorizadas por lo que ha ocurrido en Pamplona pero todos los fines de semana, manada tras manada, hacen el mismo ritual de dominación y terror sexual a las mujeres que están en estos campos de concentración. Se entrenan en la violencia sexual con las mujeres que están en situación de prostitución para ejercerla con todas nosotras.
Ninguna mujer nace para puta, pero ¿qué pasa con los hombres? ¿Nacen ellos para puteros?
Creo que tampoco, creo que les hacen ser puteros. En estos momentos además de demanda, hay un gran generador de demandas que es la pornografía, que hace que nuestra sexualidad tenga que pasar por el capital sí o sí para el beneficio de unos pocos.
Reconoces que los mismos argumentos que usan los proxenetas son los que utilizan algunas activistas (regulacionistas) pare referirse a la prostitución como un trabajo que empodera. ¿Cuáles son?
El más peligroso es cuando se nos dice que nosotras tenemos el control y que a partir de nuestro cuerpo manejamos a los hombres y sacamos dinero. Eso es totalmente perverso porque no se nos dice lo que supone a largo plazo y qué secuelas puede dejar eso. Se frivoliza con las repercusiones que tiene sobre nuestra vida y nuestra salud, física y mental. Creo que ese es el discurso más fácil dentro de la prostitución porque resulta de lo más liviano, para poder llevarlo, creerse que llevas el control sobre esa situación. Pero son unas relaciones completamente desequilibradas donde el poder lo tiene quien pone el dinero y quien paga.
Después de cinco años ejerciendo, abandonas la prostitución. ¿Qué fue antes, el feminismo o la salida del círculo prostitucional? ¿Tuviste contradicciones a la hora de dar un paso al frente y salir del anonimato?
Primero fue la salida de la prostitución y, seis años después, o sea hace cuatro, fue cuando descubrí el feminismo y fue cuando realmente empecé a rehacer mi vida. Rehacer tu vida no es casarse y tener hijos para vivir con la culpa. Para mí es convertirte en un sujeto político que reclama reparación para que esta injusticia deje de pasar. Más que contradicciones tuve un tiempo de reflexión en el que estuve valorando si mi vida, que suponía que era perfecta porque había conseguido una familia, un trabajo y estabilidad económica (algo a lo que he renunciado por el activismo), si eso me compensaba o, si desde mi obligación ética de actuar a través de los conocimientos que tenía, podía apostar más. No podía quedarme callada y vivir mi felicidad sabiendo que cada día ingresan al mercado de la prostitución un montón de mujeres que van a pasar por lo que yo he pasado. Pero lo que más me motivó fue ver a esta sociedad ignorante. Ignorancia que muchas veces pienso que es elegida. Ver que los hombres siguen yendo a putas. Hombre que acaban sus fiestas en el puticlub de al lado que patrocina fiestas populares y que todo el mundo está encantadísimo con el sistema prostitucional, mientras la vida de las mujeres que están dentro pues importa más bien poco.
¿Fue complicado tu integración en la sociedad?
La sociedad no estaba preparada para recibirme y no recibí el apoyo ni mucho menos la atención que necesitaba. Mi suerte fue encontrar un trabajo y resistir en ese trabajo, porque como durante muchos años me habían dicho que no valía para otra cosa, llevé una batalla psicológica muy dura conmigo misma. A partir de ahí, tuve un entorno que supo respetar mis tiempos y que me brindaron la oportunidad de reencontrarme conmigo misma.
Amelia desde hace año y medio eres una cara conocida, muchas personas te leen o te escuchan, ¿qué es lo mejor que has conseguido desde entonces?
Hay más de una mujer que ha salido de la prostitución a través de conocerme. Me gusta, pero a la vez me preocupa porque les obliga a darse de bruces con la realidad y ver que también hay muchísimos problemas de integración. Eso, y que haya hombres puteros arrepentidos, que me han confesado que han sido unos estúpidos y que se han dejado llevar por una dinámica de grupo. Algunos me han dicho que van a intentar trabajar en su grupo de amigos para que esto deje de pasar. Me enorgullece muchísimo.
«UN MUNDO MEJOR PASA POR NO SER CRUELES CON NADIE»
Te declaras constantemente anticapitalista, vegana y un poco «loca de los gatos».
(Risas) Un mundo mejor pasa por no ser crueles con nadie y respetar la vida, no sólo de los animales y de las personas, sino la vida del planeta. Entiendo que mis acciones como mujer blanca europea que vivo, entre comillas, en el primer mundo generan pobreza en otros sitios y el colapso de este planeta.
¿Crees que el feminismo debe apropiarse de ese discurso del ecofeminismo?
A mí me parece que es fundamental pero luego me encuentro con que no todas (las feministas) lo ven así. En el discurso parece que estamos de acuerdo, pero a la hora de cuestionar una misma sus actitudes ya empieza a costar un poquito más. Estamos en ello y por supuesto que urge.
Tú te has replanteado hasta tu heterosexualidad…
Sí. Porque estando del lado de las más oprimidas, escuchando sus relatos, he llegado a pensar cómo es posible que yo me acueste con quien se supone que es el opresor, no a nivel personal, pero a nivel político sí. Y, aparte de eso, creo que es importante cuestionarse cosas siempre, es la única manera que tenemos de avanzar.
La revuelta de las putas acaba de empezar, ¿vais a dar un salto más político?
Estamos creando un grupo llamado ‘Las Resilentes’ y nos estamos formando y empoderando a nivel individual para pasar a ser sujetos políticos. Un grupo de putas indignadas para que tengamos voz en contra del proxenetismo como colectivo. No hay que olvidar que yo, de momento, soy la excepción.