LA TELEVISIÓN llegó muy tarde a casa de mis abuelos. El primer aparato en propiedad aterrizó pasados los años 70, cuando España empezaba a salir de la obtusa dictadura y los programas se llenaban de cantantes melódicos por los que suspiraban las adolescentes. Mi madre recuerda cómo mi abuelo les mandaba apagar la televisión si salía algún «maricón» en pantalla. Le iba mal con Raphael y más tarde con Camilo Sesto, uno de los primeros mitos eróticos de mi santa madre que él no lograba comprender. Mamá cree que padri, así lo llamábamos todos los nietos, no llegó a conocer a ningún maricón en toda su vida, porque los maricas de antes no andaban presumiendo de pluma como los cantantes que le gustaban a ella. Aunque fuesen heterosexuales.
Mi abuelo nació en el año 1931 y, para cuando acabó la dictadura, era un hombre de más de 40 años que había vivido gran parte de su vida adulta bajo una Ley de Vagos y Maleantes que consideraba delincuentes a los homosexuales por ser, entre otras cosas, «inversos sexuales y pervertidos». La homosexualidad era perseguida y los homosexuales castigados con infames torturas y asesinatos.
Y aunque en la preguerra triunfaron los espectáculos de variedades importados de Francia en donde los hombres se transformaban y travestían sobre el escenario, la llegada del franquismo aniquiló este tipo de representaciones por consideradas inmorales. Uno de los pocos géneros que sobrevivió a la dictadura fue la copla, interpretada principalmente por mujeres y a la que las clases populares accedían sobre todo a través de la radio. Cuando mi abuelo estaba contento escuchaba a Juanito Valderrama y a Antonio Molina, a Concha Piquer y a Dolores Abril. Poco sabía él que en la aparición de sus canciones preferidas fueron imprescindibles las plumas de tres artistas homosexuales fundamentales para la cultura española: Federico García Lorca, Rafael de León y Miguel de Molina. Miguel de Molina llegó a reconocer públicamente que compuso Ojos Verdes con Lorca y de León como una canción claramente gay de un hombre que le cantaba a otro hombre. Él, con sus blusas de lunares y su aire extravagante, tuvo que huir al exilio argentino para no correr la misma suerte que Lorca. La pluma los delató.
Incluso algunos cineastas consiguieron esquivar la férrea censura para colar al régimen películas que utilizaban metáforas poco sutiles acerca de la homosexualidad. Como De Barro y Oro (1968) , protagonizada por Juanito Valderrama, que interpreta a un cantante maduro que ayuda a un joven torero; o Diferente (1961), con un Alfredo Alaria que se queda colgado de un obrero tras verlo trabajar con el pecho y los brazos descubiertos mientras penetra con una taladradora en el suelo.
Con la llegada de los años 70, y con la presión ejercida por la música pop que llegaba de fuera, cuyo máximo exponente eran Los Beatles, se empieza a respirar cierto aire de libertad en las manifestaciones artísticas. Libertad que intentó ser aplacada con una nueva Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social que incluía penas de hasta cinco años de internamiento en cárceles o manicomios para homosexuales y demás individuos considerados peligrosos, como narcotrafi cantes, pornógrafos y proxenetas. Incluso el prestigioso psiquiatra Juan José López Ibor llegó a practicar lobotomías a homosexuales a principios de los años 70.
Cuando por fin llega la democracia y se despenaliza la homosexualidad, los armarios de la cultura popular se abrieron de par en par. Paco España, Miguel Gallardo, Los Diablos, Baccara o un artista llamado Pierrot que cantaba la nada alegórica canción Yo soy Gay llenaron las pistas de baile de las grandes ciudades. Mientras, los ídolos de mi madre sonaban en pueblos y en pequeñas ciudades con canciones poco inocentes como Amor Libre de Camilo Sesto: Libérate y Entrégate Libérate y Olvídate/Todo esto es amor/Amor sin barreras/Amor sin fronteras/ Amor de un amigo/Amor libre. Legaron los 80, la movida, Almodóvar y Mcnamara, Alaska y llegaron también Mecano, pioneros en la visibilización de las relaciones lésbicas (Nada tiene de especial/dos mujeres que se dan la mano/el matiz viene después/ cuando lo hacen por debajo del mantel).
Es momento para celebrar con Orgullo que hoy aquella España gris y triste de mi abuelo es un oasis para la comunidad LGTBI, con un Estado que reconoce el asilo para ciudadanos homosexuales de todo el mundo, y con una de las legislaciones más vanguardistas y pioneras en cuanto al matrimonio gay (2005) gracias a la que los homosexuales pueden no sólo casarse, sino también tener hijos y adoptar.
Pero también para no olvidar que aún hoy cerca de 80 países de todo el mundo tienen leyes que criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo con cadena perpetua, latigazos y la pena capital. Que la homofobia ciudadana mata y persigue a homosexuales por no considerarlos «personas normales».
Un momento para no olvidar que llegar aquí ha costado sangre, sudor y lágrimas, que todavía hoy se practican actos de violencia en nuestras calles y colegios, que subsisten fuerzas políticas y religiosas que quieren derogar los derechos LGTBI y que algunos siguen pidiendo un día del orgullo heterosexual. El momento de recriminar al partido más votado de este país con destacados homosexuales en sus filas, que interpusiese un recurso contra la Ley de matrimonio homosexual en el Tribunal Constitucional que se negaron a retirar durante los siete años que duró el proceso. Es momento de pensar que hace no demasiado tiempo mi abuelo apagaba la tele cuando salía un maricón en pantalla.