Pasear por delante de los colegios en hora punta es toda una experiencia sociológica. Al salir del trabajo suelo caminar por delante de un colegio privado muy elitista, el mejor de Santiago, y a veces me cuesta distinguir si son padres los que van a buscar a los niños a la escuela, o un grupo de diputados a las puertas del Congreso en la etapa en los comunistas estaban todavía estaban en las manifestaciones y el dress code se respetada. Los padres de la privada llevan chaqueta de Burberry o Helly Hansen, náuticos y pulserita de España. Los padres de la privada son guapos, listos y limpios, como el libro de la Pacheco.
Los padres de la privada parecen especialmente contentos y besan muchos a sus hijos y les preguntan, muy interesados, qué tal les ha ido en el cole. Los padres de la privada se acuerdan de los nombres de todos los profes y de las fechas de los exámenes, tienen tiempo para ayudarles en sus deberes y trabajos (¡y además saben de trigonometría!) y no ignoran ese pequeño patinazo en inglés en su colegio bi- o tri-lingüe. Los padres de la privada huelen a perfume caro y a asiento de cuero, llevan relojes deportivos (¡están en forma!) y jamás se pelean con otros padres porque su hijo haya robado la merienda al otro. Los padres de la privada están contentos con la paternidad y además concilian. Les gusta ser padres. A ver si la igualdad también es cuestión de dinero.
Y es que pese a la baja natalidad, el número de alumnos en colegios privados y concertados en España no ha dejado de crecer en los últimos años. La cantidad de chavales que estudian en estos centros casi alcanza los 2,5 millones y la privada ha duplicado sus ingresos en 13 años pasando de facturar 6.698 millones de euros en el curso 2004-05 a 12.475 millones en el 2017-18. Los fondos que obtienen los centros privados llegan básicamente por dos fuentes: Estado y familias. En concreto, los concertados reciben un 70% de sus ingresos de las administraciones (que pagamos todas). Esta partida ha engordado un 34,6% entre 2005 y 2015 bastante por encima de la subida del 20% en las matrículas. El restante 30% que necesitan los concertados lo ingresan directamente las familias «para actividades docentes y servicios complementarios» en forma de «donativos» por lo que Hacienda ya ha empezado a poner el foco sobre esta financiación . Además, uno de cada cinco alumnos escolarizados en España en etapas no universitarias acude a un colegio católico concertado. Según sus propias cuentas oficiales, a través de la organización Escuelas Católicas los obispos controlan 2.591 centros que atienden a 1,5 millones de alumnos y por los que ingresan del Estado 4.866 millones de euros anuales. Esta cantidad supone un cuarto de los 47.000 millones de euros que se gastaron (o invirtieron) en Educación no universitaria en 2017 (34.850 millones de euros las administraciones públicas, 12.000 millones las familias).
Por otra parte, están los alumnos que van a colegios públicos completamente financiados por la administración. Dos de cada tres en España siguen acudiendo a la educación pública. Pero solo uno de cada 10 de esos alumnos pertenece al 20% más rico. La educación pública, orgullo de generaciones enteras que disfrutamos de sus beneficios, se está convirtiendo ahora en el gueto de las clases desfavorecidas. Gracias al empujón político de la educación privada y concertada, España es el cuarto país de Europa donde menos escuela pública hay en Secundaria y el tercero en Primaria. La LOMCE privilegia la elección de centros por parte de las familias, y si antes se garantizaban plazas suficientes en centros públicos, ahora simplemente «garantizarán la existencia de plazas suficientes» lo que supone que las familias acomodadas busquen plazas en centros concertados de la red pública que marcan la diferencia a través de esos «donativos» que no todo el mundo puede pagar. Pero no es la única. Los conciertos, que se llevan más de la quinta de los 27.826 millones de euros que las administraciones dedican a Infantil, Primaria, Secundaria y FP apenas llegan a las zonas rurales, donde los colegios son más costosos de mantener y tampoco escolarizan a estudiantes de educación especial en la misma medida que los públicos.
A esto hay que añadir la preocupante segregación dentro de los propios centros públicos (barrio rico, barrio pobre) y la relación evidente entre las variables de clase (como la renta de los padres, su nivel educativo o el número de libros que hay en casa) y el rendimiento de los niños en los informes PISA. La relación es clarísima: los colegios con alumnos de clases medias o altas obtienen mejores resultados. Los colegios privados y concertados sacan mejores notas en PISA, aunque en general, las notas de España no son para tirar cohetes. No sorprende que cuando la OCDE introduce el factor corrector que llama «Índice Social, Económico y Cultural (ISEC)», y que sirve para limar las diferencias sociales de los alumnos, se produzca el milagro: empate entre la pública y la privada, con una ligera ventaja de la primera.
El lícito derecho de que todos los padres quieran lo mejor en la educación de sus hijos no puede llevar la coletilla «si se lo pueden pagar» porque estaríamos convirtiendo a esta en una sociedad de castas en donde los techos de hormigón serán irrompibles para los hijos de las clases obreras, dando un salto mortal hacia atrás y apuñalando la igualdad social desde la base.
Siempre he entendido el pin parental como un capricho de padres de la privada. Padres acomodados, con tiempo, que desde el momento en el que pagan y que pueden influir directamente en las actividades que hacen sus hijos y en las materias, también necesitan autorización para cualquier charla, conferencia o pensamiento que pueda poner en riesgo el sistema de poderes que permite que una parte pequeña de la población mande sobre la inmensa mayoría. Ese sistema que apuntala algo tan básico como que los hijos de los poderosos sigan siendo poderosos y los de los pobres, no aspiren a nada más. Cuando separamos a los niños según la cuenta corriente de sus padres lo que estamos empobreciendo es la riqueza cultural, emocional y democrática de todo el país. Fabricando a líderes mezquinos y destruyendo el talento en base a uniformes.
A una manzana del colegio privado por el que paso hay uno público. Ese día, mientras los padres de la privada mantenían animadas conversaciones con los niños y otros adultos a la salida del colegio, un padre de la pública aparcaba a toda prisa en una parada de bus, metía a sus dos hijas en la grúa en la que trabajaba y les abría un tupper encima del salpicadero para que comiesen dentro del camión antes de, con la lengua fuera, dejarlas seguramente en cualquier otro lugar barato o gratuito donde pasarían el resto de la tarde hasta que él o su madre, pudiesen recogerlas tras una agotadora jornada en la que quizá nadie les pueda ayudar en los deberes. Eso sí, para quien pueda preocupar: los padres de la pública son, definitivamente, mucho más jóvenes.